Este artículo se ha publicado hoy, día 24 de marzo de 2014, en el Suplemento Especial que los periódicos andaluces del "Grupo Joly" han dedicado a la figura y la obra del Presidente Adolfo Suárez, fallecido ayer en Madrid a la edad de 81 años.
En este enlace lo hallarán en la edición digital de Diario de Sevilla.
"No quiero que el sistema
democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la Historia de
España".
Esta frase, pronunciada ante
las cámaras de TVE en torno a las 19,45 del 29 de enero de 1981 por un ojeroso
Adolfo Suárez González, significó para muchos la única referencia críptica al
estamento militar español a la hora de justificar su inesperada dimisión irrevocable.
Aquella tarde de uno de los
inviernos más secos de España, con las Vírgenes por las calles del Sur en
procesiones rogativas para que lloviese, el primer presidente de la democracia
española, nombrado cinco años antes por el Rey, dimitía por sorpresa a través
de TVE y ante todo el país.
Aunque la presión del
generalato guerracivilista demandando un cambio de rumbo de la joven democracia
española fue, para muchos, la gota que colmó el cáliz del Presidente,
políticamente fueron las disensiones internas de la UCD y un inminente congreso
que Suárez intentó evitar, el que marcó el momento definitivo del adiós. Horas
antes el presidente había despachado con el Rey y el monarca aceptó su
dimisión, pero no admitió la convocatoria anticipada de elecciones que le
propuso el dimisionario. El país era un caos, se mirase por donde se mirase. El
IPC del año 80 iba a rozar el 16%. En los últimos dos años, el grupo terrorista
ETA, había asesinado a 329 personas, la mayoría militares y policías,
encuadradas entonces Policía Armada y Guardia Civil en el Ejército. Aquel 29 de
enero los controladores habían paralizado inesperadamente el tráfico aéreo, 14
vuelos se suspendieron en el sevillano San Pablo por el plante; durante cuatro
horas los trenes se habían parado por una huelga. Los obispos arremetían contra
la Ley del Divorcio del socialdemócrata Fernández Ordoñez. Aquella misma tarde
ETA secuestraba al ingeniero de Lemóniz José María Ryan, al que acabarían
asesinando. El escritor Josep Plá, en su masía de Palafrugell, recibía los
Santos Oleos de manos de su amigo el Abad de Poblet. Y el líder de la extrema
derecha española, el notario Blas Piñar, presidente de Fuerza Nueva,
manifestaba que esperaba la dimisión de Suarez "de un momento a
otro".
En efecto, el presidente de la
joven y frágil democracia española estaba rodeado literalmente por los
uniformes que nunca le perdonaron la legalización de los partidos de izquierda,
especialmente el PCE -"acto de realismo y patriotismo"- en el famoso
Sábado Santo del 77. El partido contra el que habían luchado en la guerra
civil, fue legalizado por Suárez incumpliendo la palabra dada al generalato,
verdadero poder fáctico y guardián de las esencias del Régimen. Aquella decisión
supuso la dimisión de la cúpula militar de entonces, franquista hasta la médula,
y, también, el nombramiento del hombre clave llamado a reformar el Ejército
español: el Teniente General Manuel Gutiérrez Mellado, a la sazón nombrado
Vicepresidente del Gobierno.
Suarez había sido un hombre
del partido único, el Movimiento Nacional, concretamente Ministro Secretario
General como Pepe Solís, elegido por el Rey porque de todos los dirigentes del
Régimen en edad reunía un perfil idóneo por su astucia y capacidad para
desmontar desde dentro las estructuras "atadas y bien atadas" por
Franco durante cuarenta años.
Gutiérrez Mellado, respaldado
por Adolfo Suárez, modernizó el Ejército, creó el Ministerio de Defensa pero,
sobre todo, impulsó una profunda pero lenta renovación de la cadena de mandos
de los ejércitos de Tierra, Mar y Aire. Los laureados generales de entonces,
muchos de ellos jóvenes oficiales de la División Azul que combatieron con
Hitler, nunca se lo perdonaron y fueron quienes, a la postre, impulsarían
diversas intentonas golpistas que a punto estuvieron de acabar con incipiente
democracia española durante la transición.
Sin duda el momento más tenso
de todos con el estamento militar lo vivió el presidente dimisionario dos meses
antes. En noviembre de 1980 siete Tenientes Generales, Merry Gordon, Miláns del
Bosch, Elicégui Prieto, Polanco Mejorada, Campano López, Fernández Posse y
González del Yerro, se plantaron ante Suarez y le presentaron un documento
denominado "SAM" (Supuesto Anticonstitucional Máximo) - negado a
posteriori- donde se le planteaban medidas a tomar con carácter excepcional
dado el grado de deterioro de la vida pública española. Sobre la reunión
circularon en su día numerosas versiones, una de las cuales apuntaba que uno de
los generales "con mando en plaza" puso sobre la mesa su pistola en gesto
amenazante. Aquel extremo nunca se confirmó. Suárez mantuvo el tipo y no se
avino a las demandas de los sables.
Un mes antes de la dimisión, en
enero, Suarez despachó con el Rey en Baqueira y el Jefe del Estado ya le habla
de un posible golpe militar "duro", "previsiblemente para la
primavera", cuando florezcan los almendros. Por esas fechas, en un viaje a
Canarias para cumplimentar la presencia del presidente venezolano Herrera
Campins, el general González del Yerro amenaza al presidente y le espeta que
"si los políticos no resuelven la actual situación, el Ejército tendrá de
que intervenir".
El 22 o 23 de enero, días
antes del jueves de la dimisión, en un chalé de la zona Norte de Madrid se reúnen
18 generales y almirantes de los tres ejércitos, unos en activo, otros en la
Escala B y otros en la reserva. Todos coinciden en que "hay que hacer algo,
hay que actuar". Atrás, en 1978, había quedado la ´Operación Galaxia´ de
Tejero e Ynestrillas, un golpe consistente en ocupar el 17 de noviembre La Moncloa y secuestrar al
Gobierno, aprovechando que ese día el rey se hallaba en México. El CESID,
controlado por Gutiérrez Mellado, logró desactivarlo. A los dos golpistas les
condenaron a medio año de prisión. Ynestrillas, después, incluso llegó a Comandante
de la Policía Armada.
Mientras Suárez lee su mensaje
de despedida, ya está en marcha una nueva intentona para pocas semanas después
y que la dimisión no paraliza. Al contrario, el hecho de tener al Gobierno y al
Parlamento reunidos en el Congreso, sirve a los conjurados para activar el SAM
del 23F.
Muchos meses después, en una
noche de confidencias en La Dorada de Nervión, cenando, el propio Adolfo Suárez
siendo ya líder del CDS, me confesaba que "por el bien de España"
deberían pasar muchos años hasta que se supiese toda la verdad de aquella trágica
etapa de España. Y me dijo algo más sobre el polémico Capitán General de la II
Región Militar: "Pedro Merry Gordon no era de los peores, se le veía
venir, sabias como iba a actuar, tenia su particular código de honor. Los había
mucho peores, desde luego más crueles, radicales y sanguinarios".
La "Operación
Cervantes", abortada desde el CESID por Juan Alberto Perote, prevista para
el 27 de octubre del 82, en vísperas de la victoria socialista y organizada por
"los coroneles" fue, sin duda, la prueba de la veracidad de su
confidencia. Querían destituir al Rey, Crear un Consejo de Regencia con el
Primado de España, el general más antiguo en activo y el ex Presidente del
Consejo de Estado Antonio Mª de Oriol. Y, lo peor de todo, el modelo a utilizar
era el de Pinochet contra Salvador Allende en Chile, habilitando los estadios
como cárceles provisionales antes de las ejecuciones de demócratas al amanecer.
Suárez, cuyo único contacto
con el mundo militar fue en Sevilla, cuando con 29 años preparaba oposiciones -
que no aprobó- al Cuerpo Jurídico de la Armada, siendo secretario del
Gobernador Hermenegildo Altozano Moraleda, fue el único presidente de la
democracia que entró al cuerpo a cuerpo con los uniformes. En una visita a
Ceuta, increpado en un acuartelamiento, se encaró con el oficial que le gritaba
y le dijo: "Dígame sin gritar lo que quiera y olvídese de que soy el
Presidente del Gobierno. Le aseguro que no habrá represalias". Y así fue,
aguantó el chaparrón, hasta que los suyos y los sables le obligaron a dimitir
años después.
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