Con la presencia de los Príncipes de Asturias, los periodistas de Sevilla celebramos anoche en los Reales Alcázares el acto central de los organizados con motivo de los primeros cien años de nuestra Asociación de la Prensa. Al margen de boato social, el protocolo, los discursos políticamente correctos o el desmesurado y exigente despliegue de seguridad que acompañan a la Casa Real, (quiero suponer que en Sevilla para protegerles de los paparazzis), me quedo sobre todo con el aspecto más entrañable y simbólico del acto. Ni siquiera me quedo con las obligadas referencias en todos los discursos a la crisis que causa estragos en las redacciones de la prensa, la radio, la TV y las agencias. Tampoco me quedo con el canto a la libertad de expresión que hizo en su discurso Manuel Chaves. Me quedo en concreto con el homenaje público, institucional, a compañeros y compañeras, jubilados por edad, retirados a la segunda actividad, rodeados de sabiduría y vivencias de muchos años de oficio. Volver a verles nos hizo recordar que les habíamos olvidado. Pero allí estaban. Todos ellos se merecían ese reconocimiento cuando parecía que se nos habían escapado entre la velocidad de los años. Existieron, viven afortunadamente y fueron, en muchísimos casos, los maestros de aquellos jovenzuelos que nacimos al periodismo con la muerte del dictador y albores de la Transición.
Fue emocionante verles de nuevo, oír sus nombres, recordar lo mucho y bueno que aportaron durante medio siglo a este oficio de contar cosas, como heroicos notarios de la Andalucía de postguerra y lo que vino después. Aquellos periodistas que informaron a nuestros padres y abuelos, no conocían ni el móvil, ni Internet, ni nada de lo que hoy nos ayuda en el trabajo a los periodistas. Y fue gratificante comprobar cuanto supone el homenaje en vida a las personas, el reconocimiento de tus compañeros y compañeras, proclamarles como maestros de periodistas. Felicidades a todos, a los presentes y también a los ausentes.
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