Prefiero un gobernante que sea respetuoso con la Ley. Lo prefiero al que, saltándosela, es aplaudido por la cúpula de su partido y gran parte (que no todo) de su electorado. He ahí el caso de la celebración de un matrimonio, con todas las de la Ley, entre dos hombres en el ayuntamiento de Madrid. Alberto Ruiz Gallardón, como alcalde, fue el oficiante. Media cúpula del PP está que trina, la otra media también, pero se muerde la lengua por razones más electorales que ideológicas, mientras que una parte de la jerarquía eclesiástica (Rouco, Cañizares y ese peazo de portavoz que tienen los obispos) empiezan a parecerse a la niña de El Exorcista (pero sin babas verdes) en cuanto se toca el tema del matrimonio entre hombres o entre mujeres. El acto, que por razones políticas se salió de la intimidad habitual de una boda cualquiera, ha reabierto un debate incómodo para la derecha política y católica española, minoría, por cierto, desde el punto de vista electoral. La Ley impulsada por Maria Teresa Fernández de la Vega, o sea el gobierno socialista, para conceder unos derechos que se negaba a miles de ciudadanos de este país, posibilitando acceder a ellos mediante matrimonio civil, independientemente de la tendencia sexual de los contrayentes, ha sido bien recibida por la inmensa mayoría de la sociedad española, excepto por los sectores católicos más integristas y la dirección del PP que ha llevado la Ley al Constitucional.
Junto a Alberto Ruiz Gallardón solamente la diputada malagueña del PP, Celia Villalobos, acudió a la boda gay. Villalobos, políticamente oriunda de la izquierda de los setenta, es una mujer popular y populista. Fue la que supo ganar el voto de Carretera de Cádiz en Málaga, clase baja, baja-media, y arrebatarle el ayuntamiento de Málaga desde entonces a los socialistas. Sabe trabajarse a las clases populares, esas que con facilidad tan bien sabe camelar la izquierda.
Pero el gesto presencial del Villalobos el otro día en la boda gay en el ayuntamiento de Gallardón (“aquí estamos, los apestados del PP”) es algo más que una anécdota de la siempre dicharachera Celia Villalobos, es una clave que demuestra entre otras cosas por qué el PP-A sigue ahí, opositando durante trienios, sin convencer a la mayoría del electorado andaluz que sigue votando en plan mejicano al PSOE desde hace 24 años. Villalobos es la única dirigente popular en Andalucía cuyo discurso y talante es capaz de llegar a sectores de centro y centro izquierda. Un discurso que parece abandonado en esta nueva etapa de Javier Arenas al frente del partido.( En la etapa de la pinza Arenas ofrecía una imagen más ucedea) El Arenas de hoy pertenece y representa al sector ideológico más duro del PP, no en vano ha sido un hombre de Aznar al que llegó a nombrar ministro, vicepresidente y secretario general del partido. Por simplificar, se le ve y se le indentifica más en línea con Jaime Mayor Oreja que con Josep Piqué. He ahí la clave y el gran reto de Arenas si quiere algún día vencer a la izquierda en Andalucía. Parecerse más al líder catalán que al ex ministro del Interior desde el punto de vista ideológico y táctico.
Muchos andaluces que quizás anhelen un cambio en el gobierno de la Junta tras dos décadas largas de socialismo, se asustan al comprobar cómo los sectores más ultra conservadores de la Iglesia Católica marcan la línea ideológica de la alternativa política al PSOE, presionando en asuntos como éste de los matrimonios entre personas del mismo sexo.
Ah, por cierto, los contrayentes del otro día en la boda de Madrid eran militantes destacados del Partido Popular y amigos personales del alcalde de Madrid.
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